miércoles, 25 de enero de 2017

Catalunya quería un mercado español





Jocs Florals de comienzos del siglo XX en el Palau de Belles Arts de Barcelona, continuadores del festival literario de 1859 (Album / Oronoz)

La Renaixença, un invento. “El desplazamiento del catalán de los usos escritos ya estaba muy adelantado, en 1714, y en este punto es totalmente imposible distinguir entre austriacistas y felipistas. ¡Qué daño ha hecho Ernest Lluch!”, dice Marfany. “Con respecto a eso que solemos denominar literatura, la cosa se remonta al siglo XV, a la llegada de la nueva dinastía real, y en el siglo XVI ya está todo el pescado vendido. Pero del catalán todavía se hace mucho uso escrito. La diglosia avanza por varios caminos, aunque bastante lentamente, movida por el proceso de movilidad social ascendente. Y entre justo antes de 1714 y justo después, la aceleración no es muy apreciable. Como tampoco antes y después de la famosa y tan mal entendida real cédula de 1768. La gran aceleración se produce en el XIX, no sólo coetáneamente con la supuesta Renaixença, sino en íntima relación con ella: porque ahora lo que empuja a la generalización de la diglosia es una ideología activa, el nacionalismo español. Entendámonos, sin embargo: el nacionalismo español de los catalanes”.
Catalanofobia. “La castellanofobia –dice Marfany– es, como la catalanofobia de los otros, tan vieja como el contacto mutuo. Se remonta probablemente a los Trastámara y, sobre todo, a la llegada masiva de cortesanos castellanos y navarros con Juan II. Pierre Vilar dijo que el anticastellanismo no fue nunca ningún obstáculo para el españolismo”.
Mercado nacional... español. La tesis principal del libro es que desde el momento de la quiebra de la monarquía absoluta, “la burguesía catalana desarrolló un proyecto político y económico ambicioso, el de la construcción del mercado nacional español”. El pacto era: los catalanes compraban el grano de la España rural y los otros españoles, los productos de la Catalunya industrial.
Nacionalismo español. “La guerra de Independencia es el momento crucial de la eclosión del nacio­nalismo español en Catalunya y, al mismo tiempo, una época de exacerbación del sentimiento castellanófobo. Pero la acusación que se les echa en cara es que son malos ­españoles; mientras que los catalanes son los ‘verdaderos españoles’”.
Nacionalismo catalán. El proyecto de mercado nacional fue rechazado por “la concepción esencialmente especulativa que tenía el conglomerado social de grandes terratenientes viejos y nuevos y de hombres de negocios que constituía la clase dominante de la política española”. ¿ De este fracaso nació el nacionalismo catalán? Marfany dice que “está estrechamente relacio­nado, no tengo ninguna duda, pero sospecho que la relación es menos directa y mucho más complicada”.
Mitos nacionalistas. “ Soldevila, nacionalista, postulaba la existencia de una nación catalana si no eterna, al menos constante desde el momento de su aparición en la historia, en medio de las nieblas de la primera edad media. Después, los azares de esta misma historia hacían que en algunos momentos la nación perdiera conciencia de ella, antes de volver a recuperarla. Nada justifica esta idea de las naciones como entidades en sí, que trascienden los elementos que las forman y son sujetos activos de la historia. Al contrario, la nación es un producto de la historia y objeto de ella, y como tal puede surgir (¡o no!) en determinados momentos y, de la misma manera, puede desaparecer, siempre está sometida a fluctuaciones. Es, además, una realidad histórica nunca anterior a las postrimerías del siglo XVIII. Eso no quiere decir, claro está, que los catalanes no pensaran en ellos mismos como cata­lanes, que no hubiera entre ellos un sentimiento generalizado de catalanidad, y ya mucho antes. Y este sentimiento identitario no cambia, ni fluctúa, ni pierde intensidad. Lo que cambia, y mucho, según las épocas, es lo que esta identidad significa en términos políticos. Cuando, a finales del XVIII e inicios del XIX, los catalanes empiezan a pensar en términos de nación, la nación que piensan es España, pero es como catalanes que la piensan. Su sentimiento identitario catalán no se relaja, ni se diluye nada, se subsume dentro del nacionalismo español. O se articula”.
Intelectuales hambrientos. “Los intelectuales se apuntaron al carro”, dice Marfany. “Su existencia era muy precaria y para colocarse, tocaron tantas teclas como les fue posible. La única oportunidad de conseguir la respetabilidad social era ser intelectual orgánico de la burguesía. Milà i Fontanals, Piferrer... Víctor Balaguer las toca todas. ‘No puede amar la nación quien no ame la provincia’, dice Milà i Fontanals. repitiendo una frase de Capmany”.
¿Y después de 1859? “Me puedo equivocar, pero creo que, al final del Sexenio (1868-1874), los in­telectuales perjudicados por la ­concepción del moderno Estado nación buscaron la reversión de la diglosia. Era un sector muy desprotegido. Para situarse, necesitaban ser apoyados por el Estado, y los catalanes estaban en inferioridad de condiciones: para acceder a la condición oficial de funcionario era imprescindible pasar oposiciones, un invento del siglo XIX. Rubió i Ors y Costa i Llobera querían hablar ‘ sin dejo provincial’. Era eso, o hacerse cura, como Verdaguer”.

JOAN-LLUÍS MARFANYhistoriador publica ‘Nacionalisme espanyol i catalanitat’ que desmiente la continuidad histórica de la conciencia nacional catalana

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